miércoles, 1 de octubre de 2008

Dios, Patria y Rey. La historia de una noble fidelidad

Preciosa Corona, más que dichosa, si fueras bien conocida, ninguno de la Tierra te levantara: porque ni la púrpura noble, ni la diadema, ni cetro real, son más que una honrada servidumbre y carga penosa.
FRAY PRUDENCIO DE SANDOVAL
En este año 2008 conmemoramos dos acontecimientos históricos que han marcado profundamente la historia de la España contemporánea; el bicentenario del levantamiento del pueblo español en 1808 frente a la ocupación de la península por parte de los ejércitos napoleónicos, y el 175 aniversario del inicio de la primera Guerra Carlista, con la proclamación el 3 de Octubre de 1833, en Talavera de la Reina, de Carlos V como rey español por parte de Manuel María González.

Es indudable, que las celebraciones institucionales de ambos aniversarios se han visto influenciadas de diversos modos por las circunstancias políticas presentes, y muy especialmente de una triple forma, a saber:

1. La manipulación, por parte de la derecha liberal española, de las causas que llevaron al alzamiento del 2 de mayo de 1808 frente a la invasión de las victoriosas tropas napoleónicas.

2. El ninguneo, por parte del partido socialista español, del bicentenario del inicio de la Guerra de Independencia frente a los ejércitos napoleónicos.

3. El ninguneo, por parte de las instituciones y de los partidos políticos mayoritarios, de la celebración del 175 aniversario del inicio de la Primera Guerra Carlista, y con ella del inicio de una serie de Guerras, levantamientos, asonadas y disturbios que representan la resistencia civil de los españoles frente a corrientes extrañas a nuestra tradición política.

Con todo, esta triple distorsión tiene un único motivo: la importancia del factor religioso tanto en el 2 de mayo madrileño, como en los levantamientos carlistas.[1] Esta preeminencia de la motivación religiosa en los levantamientos populares frente al opresor francés, provoca el repudio, por parte de la izquierda española, de la celebración del bicentenario. De igual forma, esa misma motivación religiosa provoca la necesidad de adulterar la historia por parte de la derecha liberal española. Efectivamente, aunque algunos intelectuales nos han querido vender 1808 como la fecha del nacimiento de una nación, tal pretensión no encuentra un sólido argumento en hechos veraces e indubitados. Dicha distorsión de la realidad nace precisamente al querer confundir dos hechos históricos que aunque concurrentes en el tiempo, y en el espacio, no poseen identidad de sujetos; nos referimos evidentemente a la guerra contra el francés, y a la redacción de la primera Constitución Española de 1812.[2] Por todo ello, la derecha liberal española se ha visto obligada a fundamentar el bicentenario desde la perspectiva fundacional de un nuevo tipo de nación: la nación constitucional.

Ese factor religioso, reconocido implícitamente por la izquierda (aunque no abiertamente explicitado), y adulterado por la derecha liberal (convirtiendo la defensa de la España tradicional, en la defensa del mito de libertad liberal), es precisamente el que lleva a no celebrar institucionalmente el 175 aniversario del carlismo[3]. Ciertamente, la izquierda no tiene el más mínimo interés en conmemorar el único levantamiento verdaderamente popular del siglo XIX, y el exponente más claro en la historia española del verdadero pueblo en armas.[4]

Como se deduce del propio título del presente ensayo, nos planteamos deslavazar brevemente el porque de la larga fidelidad carlista, y de la larga pervivencia de los mitos carlistas en nuestra historia y nuestra actualidad política. En este contexto, la continua referencia al bicentenario del levantamiento del pueblo madrileño del 2 de mayo de 1808, no es sólo una decisión personal del autor, sino que es, ante todo una necesidad lógica ineludible, por cuanto no se puede entender el tradicionalismo español sin comprender las razones intrínsecas de la gloriosa fecha de 1808.

Efectivamente, consideramos que dos son las notas fundamentales que configuran la historia del tradicionalismo español (del carlismo): la fidelidad y el mito.

Honrada servidumbre y carga penosa supone el portar la preciosa corona, y más si esa servidumbre no reside sólo en el Rey, sino también en el pueblo. En 1833 se inicio una fidelidad del pueblo carlista que sigue viviendo 175 años después; es en esa fecha en la que los voluntarios carlistas (de las tres primeras guerras carlistas) y los requetés (de la Cruzada de Liberación de 1936- 1939) inician su largo camino a la leyenda y su larga marcha a la gloria, y siempre baja la fidelidad a los mismos principios Dios, Patria y Rey.

Ante todo, el carlismo es la historia de la fidelidad a la religión católica. Cualquier carlista, de entonces y de ahora, postrado de hinojos ante la figura del Redentor pueda exclamar con la certeza de ser escuchado “Por Vos y para Vos, el genio de la augusta España, el valor de todo el pueblo carlista, han sabido resistir los embates de la revolución, las injurias de los descreídos, las humillaciones de los sin Dios. Por Vos y para Vos, el pueblo carlista ha sabido mantener incólume la tradición de nuestros mayores, ha sabido acrecentar la herencia recibida, y ha querido transmitir el glorioso caudal de una España Católica, Apostólica y Romana”. La primera carlistada se inició con un ¡Viva la Religión!, y desde entonces la religión ha alentado a un pueblo carlista, mil veces vencido, pero nunca derrotado. Todavía hoy, en sus celebraciones, la Santa Misa es el centro de sus vidas, así la fiesta a sus mártires el 10 de marzo, encuentra digna conmemoración en las numerosas misas que se celebran por la geografía española. De igual forma, el 4 de noviembre celebran también mediante la Santa Misa, el día de la inextinguible dinastía carlista.

Fidelidad, igualmente, a su Patria, España. El catecismo tradicionalista recogía claramente el sentir carlista, cuando explicaba el concepto de Patria: “La patria es cosa natural. Es la herencia de nuestros padres, el tesoro de nuestro hijos, la tierra donde hemos nacido, el hogar que ha sido testigo de nuestras alegrías y de nuestros dolores, es la lengua que hemos aprendido y con la cual nos expresamos fácilmente”.

Igual fidelidad a su rey. No en vano Viada y Lluch terminaba su soneto a los mártires con aquel “¡Feliz, oh Rey, quien por tu causa muere!”. Fidelidad al rey, no en cuanto persona, sino en cuanto encarnación de las esencias y las virtudes patrias. De otra forma no es posible entender el continuo exilio del pueblo carlista, y el continuo volver del pueblo carlista. La historia contempla como después de cada guerra los voluntarios acompañan a su rey al exilio; y como tiempo después atienden al grito de su majestad para volver a luchar por sus eternos principios.

Nadie puede dudar de la inagotable capacidad de sacrificio del pueblo carlista, que sabe movilizarse cuando la Revolución amenaza ruina, y que sabe rendir su amor a unos ideales incondicionales. De los voluntarios de las primeras carlistadas, de los requetes de la Guerra Civil del 36,y de los carlistas de hoy y de siempre, cuanto menos se puede predicar su entusiasmo, valentía, ardor, generosidad, fidelidad y entrega a sus ideales.

Y junto a la fidelidad, el mito. Efectivamente, en el 175 aniversario del carlismo es imposible no tratar brevemente alguno de los mitos que sobre el carlismo se han creado.

Primer mito: el carlismo como movimiento residual. En la España de 1833, tras la muerte de Fernando VII, surge el carlismo como un movimiento político nacido al amparo de la bandera dinástica legítima, con el suficiente arraigo popular como para sostener tres guerras civiles durante el siglo XIX, y para participar decisivamente en la cruzada de 1936, perviviendo desde entonces con mayor o menor participación social, pero esperando siempre el momento preciso para recuperar la continuidad histórica de la Europa Real frente a los inventos espurios de la Europa de los pueblos. El carlismo quedó así constituido como uno de los principales actores de la historia española más reciente, y muy alejado por tanto del pretendido carácter residual con la que alguna historiografía quiere juzgar al carlismo.

Segundo mito: El carlismo como movimiento únicamente militar. Ante la común idea de considerar al carlismo únicamente en su faceta militar, es necesario reivindicarlo en su dimensión más popular, como cosmovisión formada por el verdadero pueblo carlista, por la dinastía inextinguible de los españoles dispuestos a luchar por el triunfo de los inconmovibles principios del pensamiento teológico cristiano. Así, la simple referencia de los intelectuales, historiadores, escritores, pintores, empresarios, o profesionales destacados, pone de manifiesto la importancia que el carlismo alcanzó en los siglos XIX y XX, y esperanza sobre su futuro en el siglo XXI. Nombres no faltan: Magín Ferrer, Balmes, Donoso Cortés, Aparasi y Guijarro, los Nocedal, Gil Robles, Vázquez de Mella, Víctor Pradera, Elías de Tejada, Melchor Ferrer, los Gambra, Puy Muñoz y tantos otros entre sus intelectuales y pensadores, Navarro- Villoslada, Nombela, Tamayo y Baus, Pereda, Valle- Inclán, Antonio de Valbuena o Landaluce entre sus literatos más destacados. Trelles, los Lamamie de Clairac, los Larramendi, los Lizarza, Galarreta y muchos más entre sus profesionales destacados en los diferentes ámbitos económicos. Alcala, Canal, Buñon de Mendoza entre sus historiadores mas recientes , Pau Rodó, Alexandre de Riquer o Ferrer Dalmau entres sus pintores, y tantos y tantos otros defensores de la Santa Causa.

Tercer mito: El nacionalismo vasco, heredero del carlismo: La sangre de miles de voluntarios carlistas fue derramada por la causa de una España fiel a sus principios católicos, y fiel a la dinastía representante de dichos principios, la encabezada por Carlos V, y continuada por sus legítimos herederos. La verdad histórica se impone. Los vascos herederos de San Ignacio de Loyola, y los navarros herederos de San Francisco Javier, sólo supieron luchar por España, sólo supieron morir por la libertad tradicional española encarnada en sus fueros, y sólo supieron soñar con un futuro, el de la salvación cristiana. Cualquier otra interpretación del carlismo, no deja de ser un intento por parte del nacionalismo para hacerse con un pedigrí del que carece, y para buscar una legitimidad histórica, que jamás podrá encontrar en el tradicionalismo español.

Ante todo estos mitos, y algunos más, los verdaderos carlistas sólo podemos repetir aquellas palabras del Quijote“-Retráteme el que quisiere- dijo Don Quijote-, pero no me maltrate; que muchas veces suele caerse la paciencia cuando la cargan de injurias (Don Quijote, parte II, capítulo 59).

Carlos María Pérez- Roldán y Suanzes- Carpegna (Talavera de la Reina)

[1] Interesante a este respecto es el breve ensayo “« Dios, Patria y Rey» Vigencia o desfase de una interpretación de la guerra de la Independencia“ del catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Córdoba, Don José Manuel Cuenca Toribio, aparecido en el número 326-327 de la Revista de Occidente correspondiente al mes de Julio- agosto de 2008. Cuenca Toribio acertadamente llega a afirmar “el ideario antinapoleónico se encontraba implementado por completo... [ se refiere a los primeros momentos del alzamiento de 1808] inspirado íntegramente por el factor religioso, único capaz de movilizar intensa y festinadamente a un pueblo en su casi totalidad analfabeto."


[2] En realidad nos encontramos ante dos proceso históricos concurrentes temporalmente pero no fácilmente interpretables desde la misma óptica. Mientras que los levantamientos populares de 1808 poseen un doble carácter en su origen, el popular y el eclesiástico (fue verdaderamente la Iglesia la que se encargó de dotar de contenido, coherencia y permanencia a los diferentes levantamientos), la redacción de la Constitución de Cádiz, está huérfana de carácter popular, y sólo cuenta con una destacada presencia religiosa, pero en su papel no de incentivador, sino de freno ante una desmesurada progresía, que los más exaltados liberales pretendían imponer al resto del pueblo español. Podríamos llegar a decir que estos dos procesos históricos eran substancialmente diversos, en cuanto la lucha contra el francés significaba la defensa de los principios presentes en el Imperio Hispánico durante casi más de 300 años, y la redacción de la Pepa, llevaba en si el envenenado germen de la destrucción de los principios inspiradores de ese mismo Imperio.


[3] Esta celebración, sin embargo ha quedado profusamente presente en la acción de las diferentes familias carlistas, y evidentemente en actos y conmemoraciones de la Comunión Tradicionalista Carlista. Uno de los más activos círculos carlistas “El Círculo San Mateo de Madrid” ha aprovechado la ocasión para remodelar su ya clásico boletín, El Boletín Carlista de Madrid, para aumentar su presencia en internet a través de las hojas web www.boletíncarlista.es.tl y www.circulocarlista.blogpot.com. De igual forma el Centro de Estudios General Zumalacárregui también ha estrenado en el aniversario del carlismo página web:www.centrodeestudiosgeneralzumalacarregui.wordpress.com, y ha empezado a editar una nueva colección llamada Biblioteca Tradicionalista, que pretender recuperar textos clásicos sobre el carlismo. De igual forma, cabe reseñar los numerosos actos organizados por la Comunión Tradiconalista Carlista (C.T.C.), al igual que la multitud de conferencias organizadas por universidades e instituciones privadas.


[4] No es ni el momento, ni el lugar adecuado para valorar la veracidad del mito revolucionario del pueblo en armas; no obstante en el terreno internacional anotaremos cuanto menos nuestras dudas en la concepción de la Revolución Francesa y de la Revolución Rusa, como verdaderos representantes de revoluciones populares, pues analizados en profundidad los acontecimientos parecen más populares tanto la resistencia vandeana, como la configuración del ejército blanco. Con respecto a la historia de España, el verdadero mito del pueblo en armas se quiere encontrar en la resistencia popular a los “sublevados” del 18 de Julio del 36, sin embargo, varios hechos demuestran que el apoyo popular entre los resistentes era escaso o nulo; así, la numerosa propagando en el bando rojo, incitando al obrero a trabajar y no abandonar su deber, al igual que la ausencia de resistencias numantinas en posiciones de imposible defensa (a diferencia del bando nacional, que cuenta con las heroicas defensas del cuartel de la Montaña en Madrid, del Alcázar en Toledo, del Santuario de Santa Maria de la Cabeza en Jaén, o la resistencia de los alzados en Gijón), demuestran el poco predicamento entre el pueblo de los ideales revolucionarios.

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